Es su cumpleaños y él piensa en las más costosas joyas, pero normalmente bebe el agua del grifo y come hamburguesas empaquetadas al vacío. Decide entregarle algo más íntimo y personalizado, y el contacto de la tinta con el papel le produce sensación de bienestar; los trazos, esmerados a más no poder, crean una lineal composición que, a su parecer, forman un lindo soneto.
Llega el momento y él le entrega un pequeño diamante en forma escritura en papel. Ella lo mira y pisotea con un ademán inocente. A él se le llenan los ojos de lágrimas y ella piensa que quizá le haya entrado una puñetera mota de polvo; la busca sin resultado alguno y se da por vencida. Ella aprieta sus labios y, dibujando con ellos una fina línea rosada, da a comprender que espera algo más y que el poema no ha sido más que una broma pesada que desea no entender.
Pero no hay más, porque aunque hurgue y escarbe no va a encontrar lo que ella espera; porque ése ÉL no es el ÉL con el que ella soñaba y escogió demasiado rápido al candidato para convertirse en SU ÉL y ahora lo lamenta; porque él da lo que puede, y lo que puede no es lo suficiente cómo para satisfacerla.
Y lo suficiente se queda en nada, porque si no supera el límite mínimo que ella misma impuso para SU candidato queda fuera del juego y eso, aunque parezca mentira, significa no jugar. No jugar y ver cómo el tablero te llama, cómo te incita a participar y a arruinar tu vida en una estúpida carrera hacia el vacío en la que sabes, de antemano, que vas a fracasar.
Él se pone triste y su subconsciente sabe el porqué a todo pero no va a confesárselo por miedo a perder el control; no va a decirle que la verdad es que no es lo bastante bueno, que ella prefirió darle otra oportunidad a cambio de amenizar largas noches que amenazaban con dejarla sola; que, en definitiva, él es un aprobado y ella una matrícula de honor.
Le dice que no puede continuar así porque nota como se derrumba por dentro y ella se mueve de manera melodramática. Se toca el pelo y él sabe que cuando se toca el pelo en ese punto y de esa manera está celebrando un triunfo. No lo va a decir pues prefiere guardarse su opinión respecto a las manías que ha sufrido durante los últimos meses pero aún conserva un poco de esperanza y cree que, si hace que ella se sienta lo suficientemente mal, mañana a esa misma hora estarán cenando juntos.
Una gran sonrisa estalla en su pecho y el lastimoso zafiro que él le regaló brilla en un movimiento rápido pero suave.
Ella es demasiado cruel, y él, demasiado hueco.
Al salir del edificio piensa que hubiera sido mucho mejor regalarle un reloj y, por qué no, comprarse otro para él.
Al fin y al cabo, los dos esperan.
________________________________________________________________
P.D.: Voy a asesinar al que me diga que
hay una coma mal puesta. A mi me gusta así, y me da igual que te llames Machuca o Pepe Pinto, me da exactamente igual. Las comas, a mi manera. Gracias por leer. :)
Etiquetas: Retales