Noto tu cuerpo caliente que entra en mi cama.
- ¿Quién eres? – pregunto.
- No lo sé.
Entonces te cojo por la cintura. Mataría por lo desconocido, por el tremendo e insoportable bochorno que crece bajo las sábanas.
Que sí, que si fueras un perro te abrazaría con la misma firmeza, pero esta noche voy a llamarte Diosa.
Curarás desinteresadamente heridas que aún no sabes que tengo. Tú seguirás callada, con los ojos vacíos y opacos.
Por la mañana, desayunaremos separados.
No creo que vuelva a verte. ¿Sientes tristeza? Yo tampoco. Gracias, no nos debemos nada.
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